martes, 7 de enero de 2014

La cueva

                                                                                                         



7 de enero de 2014
Ingeniero Maschwitz.
Buenos Aires, Argentina.

-Voy a morir pronto...- Lo dije en voz alta, como si alguien pudiera oírlo. Tal vez solo necesitaba pronunciar alguna palabra. Hace dos semanas que estoy varado en este extraño planeta. Encerrado, por decirlo de alguna manera, en esta grieta en la montaña.
La lluvia fantasmagórica no deja de caer, de color verde fluorescente. Todo en este planeta es fluorescente, brillando aún en esta cueva. Hace dos semanas que el agua cae sobre este valle.
La lluvia está haciendo su trabajo, con su ritmo constante y un hipnótico sonido sobre las cosas. Estoy perdiendo la conciencia, y pronto al igual que mi compañero Mark, moriré.
Antes de eso, estoy escribiendo estas palabras en el muro, con un pedazo de roca húmeda. Escribo sabiendo que nadie nunca va a leer esto, aun así siento la necesidad de que nuestra historia sea contada. Que el final de nuestra vida quede registrada aunque sea en las rocosas paredes de esta cueva.
En el principio éramos cuatro oficiales sobrevivientes en la nave salvavidas. Nuestro improvisado piloto, el teniente Juan Ramírez. La oficial medico la doctora Ming Sian. El cabo Mark Diamond, y yo el jefe de seguridad John Mercury. En un principio al tomar la nave salvavidas, nos sentimos más tranquilos. Habíamos escapado de la destrucción del crucero de combate U.S.S. Argent, no escapamos ilesos. Nuestro salvavidas sufrió con la explosión del crucero a poca distancia. Y nos atrapó la órbita de este salvaje planeta.
Supimos enseguida que una vez entrado en la densa atmosfera, no habría muchas chances de sobrevivir. Pero nuestro nuevo e inexperto piloto supo planear nuestra pequeña nave. Antes de estrellarnos, Juan pudo llevarnos a un perfectamente circular valle de extraños arboles entrelazados.
Con esta hazaña Juan nos salvó la vida, a costa de la suya. El impacto provocó que unas de esas extrañas ramas de árboles alienígenas, atravesara la cabina y diera muerte a nuestro compañero.
Nada pudimos hacer por él, apenas salimos, vimos que nos encontrábamos al borde de este valle. Mark y yo nos dispusimos a sacar a Juan de la cabina y sepultarlo. La doctora Ming se alejó un poco, solo un poco, para así poder ver lo que nos rodeaba.
Todo fué demasiado rápido, de entre los arboles apareció una enorme criatura. Muy parecida a un insecto arácnido, solo que tenía varios metros de largo y alto. Nada pudo hacerse por la doctora Ming, el monstruo la devoró casi instantáneamente. Nos miró con su centenar de ojos, y solo huimosJamás pensé que pudiera correr tan deprisa. La densa atmosfera era respirable pero aún así quemaba nuestros pulmones, y correr solo nos provocaba dolor. Aun así el instinto de supervivencia siempre vence, logramos escalar por la montaña que limitaba el circular valle.
No nos preocupó que peligros atravesáramos, solo escalamos y corrimos. En una distancia de casi 300 metros nos detuvimos exhaustos, y así pudimos ver que ese valle perfectamente circular, no era otra cosa que una enorme trampa de aquel enorme insecto.
Es extraño como la naturaleza usa una y otra vez, las mismas formas y adaptaciones en cada mundo distante. En nuestro planeta, las arañas tejen con suprema habilidad una hermosa y mortífera trampa. Aquí este enorme monstruo entretejía las ramas de los árboles, creando así una sensible red, que hacía percibir movimientos de las potenciales víctimas que la rozaran. Incluso a kilómetros de distancia, nuestra nave cayó en esa red. Vimos horrorizados como devoraba también el cuerpo de Juan, luego arrastró lo que quedó de nuestra nave hacía el interior de su bosque mortífero.
No tuvimos mucho tiempo para lamentarnos, nubes tormentosas se acercaban. Vimos la grieta en donde ahora escribo adormecido, y con sumo cuidado revisamos que no haya amenazas. La grieta de una profundidad de diez metros, y un ancho de tres metros, tenía una altura de tal vez dos metros.
La lluvia y el viento nos golpearon y nos empapamos de esa luminosa tempestad. Después de algunas horas tal vez, el viento había cesado. Solo llovía sin parar, no teníamos con que improvisar una fogata. El kit de supervivencia, se encontraba dentro de la nave salvavidas, y  esta a su vez en las garras de esa enorme araña. Solo teníamos tres barras proteicas cada uno y unas pastillas purificadoras para el agua, pero la verde fluorescencia de la lluvia, nos parecía muy poco apetitosa.
Los días pasaron en esa cueva, ya no teníamos que comer y la sed era profunda. Purificamos el agua, aun así ese verde brillante seguía iluminando. Saciamos nuestra sed. Y el agua era no solo deliciosa, sino que nos quitaba el hambre. Decidimos no pensar por qué era así, tratamos de no imaginarnos que químicos o microorganismos nos estábamos introduciendo en nuestro cuerpo, a pesar de las pastillas purificadoras.
Ya no nos quedaban muchas charlas, con Mark ya nos habíamos preguntado y respondido todo. La mayor parte del tiempo la pasábamos en silencio, una vez escuchamos una especie de rugido terrorífico en la noche. Retumbo por todo el valle, y decidimos que salir era muy peligroso.
Era extraño como esta cueva nos confortaba, a pesar de las penurias nos sentíamos tranquilos. Mientras bebíamos el agua de lluvia estábamos bien.Nuestra última charla con Mark fue sobre nuestra situación, estábamos allí en un planeta salvaje. Sabíamos que nadie vendría a rescatarnos, la guerra interplanetaria no llegaba a un mundo tan lejano como este.
Acordamos que no era un final tan malo para nuestra vida, mucho mejor que el de Juan y la doctora Ming. Nos dimos cuenta que estábamos cada vez más flacos, casi piel y huesos. El agua fluorescente nos saciaba pero no nos alimentaba. De hecho nos estaba consumiendo. Dormíamos cada vez por más tiempo, y aprendimos a disfrutar el sonido monótono de la lluvia luminosa. Sabíamos que pronto no despertaríamos. Pero era un buen final, uno pacífico, mientras afuera en el espacio la muerte se hacía más intensa. Después de estos pensamientos, Juan y yo nos dormimos mirando la lluvia caer en el circular valle. Tal vez la enorme araña en el centro esperaba una nueva víctima, quien sabe qué clase de criaturas maravillosas y a su vez terroríficas existían en ese exótico medio ambiente.
Soñé con la tierra, era feliz en mi sueño. Cuando desperté Mark aún dormía, pasaron horas. Su piel estaba brillante, pero nunca despertó. En ese momento no sentí pena, deseaba que en vez de Mark, fuera la doctora Ming la que hubiese estado conmigo en el final de mis días. No porque Mark me desagradase, ni tampoco sentía nada por Ming. Solo deseaba un final romántico y sensual, con una mujer. De hecho la doctora no era muy atractiva, eso me hizo reír. Mis últimos pensamientos eran tan mundanos, mi amigo moría a mi lado y solo sentía paz.
Entonces siento nuevamente sueño, y  que soy el siguiente. Empiezo a escribir esta historia en el muro de la cueva.
Dudo mucho que alguna vez, raza alguna encuentre este grabado que hice. Pero no importa quedara por siempre en esta cueva, mi último hogar. Miro una vez más el cuerpo de Mark. Se está cayendo al fondo de la cueva, no  cómo simplemente no me preocupa.
Miro hacia afuera una vez más, los bordes se están cerrando. Por primera vez antes de mi final, logro ver los enormes y afilados dientes de la cueva.

Fin.

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